Vender la ropa propia o donada en parques y plazas: un recurso que crece para «comer, pagar la luz o llegar a fin de mes»
“En TikTok me apareció una chica que dijo que se le ocurrió venir a vender ropa que tenía. La plata me sirve. Esta es una de las alternativas que hay para hacer unos mangos ahora. Hay gente que desde hace mucho tiempo lo hace, que es la que pide ropa en las casas porque lo necesita de verdad. Yo tengo un trabajo, esto es para hacer algo extra”, dice Irene, quien vino por primera vez con su amiga a la reconocida y concurrida feria del Parque Los Andes, en Chacarita, para vender prendas propias que “ya no usa”.
No son las únicas: hay muchos jóvenes que en grupos o individualmente —la mayoría informados por redes sociales— llegan al parque con sus mantas y sus bolsos repletos, y se combinan con vendedores más antiguos en un espacio verde que explota todos los fines de semana desde hace meses.
—Hola, ¿cuánto sale este enterito de jean?
—Está a $ 12.000.
Irene logra una venta y comenta a Clarín qué es lo que tiene en cuenta a la hora de poner precios: “Parte de venir a este lugar es vender barato. A ver, si es algo que yo considero que está muy bueno, que tiene un valor para la gente que le gusta lo vintage, lo vendo un poco más caro. Pero el enterito a $ 12.000 no me parece caro. Quiero poner un precio accesible, porque prefiero vender todo a poco precio y que alguien más lo pueda usar. Por lo general en esta plaza quienes venden todos los findes tienen su lugar establecido, pero si no vienen no hay problema”.
Las artesanías, antigüedades y prendas de indumentaria del Parque Los Andes atraen a miles de personas que buscan precios y variedad. Mabel es una vendedora que tiene tres años de experiencia en esta feria. Con sus valijas llenas de ropa explica que ha observado un incremento de gente que ofrece lo que tiene y lo que consigue para “enfrentar un momento crítico, en el que no alcanza la plata”.
“Yo traigo cosas que deja mi nieto, que me dan las señoras donde yo trabajaba, o que me regalan. Y ahora vengo con más razón porque estoy jubilada, y estamos en el horno. Hay mucha más gente en la plaza. Antes había más espacio, ahora está lleno. Las personas compran porque para ellos también es económico; compran hasta colchas, frazadas, ropa de chico, mucho abrigo, zapatillas. Hay mucha gente joven que viene a vender sus cosas. Antes éramos todos grandes y ahora hay un montón de adolescentes”, comenta Mabel.
La mujer, que está todos los domingos durante ocho horas en la feria, muestra un par de zapatillas negras de una marca intermedia que reposan en el pasto. Dice que a esas el comprador se las puede llevar a $ 10.000, precio “que es imposible encontrar en un negocio”.
Si bien los valores varían según el ojo de quien venda, hay pantalones sastreros que se encuentran desde $ 4.000, tapados desde $ 7.000, blusas desde $ 2.000, buzos desde $ 3.000.
Los precios coinciden en su mayoría con los que se manejan en la feria del Parque Centenario, en Caballito, una de las más grandes de la Ciudad de Buenos Aires.
Marina perdió el trabajo hace tres meses y desde entonces dedica los fines de semanas y feriados a vender, comprar y revender prendas en esta feria.
“Tengo que buscar algo para darle de comer a mi hijo. Yo tengo 45 años y me pasó de ir a varios trabajos y que me digan ‘¿Cuántos años tenés? Nosotros aceptamos hasta 30 años’. Y acá yo vendo ropa que junto, ropa mía, ropa que me dieron. Tengo un amigo que me ha dejado ropa a precios muy bajos para que pueda comprarla y traerla a vender, para que gane una diferencia”, expresa a este diario.
La mujer recorre la feria buscando precios para reventa, comprándole a otros que como ella vienen con lo poco que tienen o consiguen fin de semana a fin de semana.
Remarca que la cantidad de espacios libres para ofrecer se redujo mucho a partir de dos modificaciones clave: el cierre de “la jaula” del Centenario, hace dos meses, que motivó el desplazamiento y ocupación de otras zonas del parque, incluyendo los alrededores del Hospital de Oncología Marie Curie; y la llegada de vendedores que fueron corridos del Parque de los Patricios (en donde solo se preservan actualmente los puestos oficiales, habilitados por el Gobierno de la Ciudad).
Más allá de las ferias de artesanías y los puestos oficiales del parque, están los vendedores que han ganado territorio por la frecuencia con la que llegan a vender sus cosas a este lugar; por lo general, estos se apostan en las zonas más visibles del parque, sobre la Av. Patricias Argentinas.
Quienes tienen menos tiempo en la plaza —y que tal vez por horarios no consiguen otro espacio— se asientan alrededor de las calles internas. Puede parecer un detalle, pero define muchas veces el caudal de ventas que cada uno puede lograr.
“El año pasado y este año caímos en que tenemos que vender cosas personales, en que tenemos que hacerlo para pagar gastos de luz, de gas, de agua. Nos vino una factura que pasó de $ 3.000 a $ 22.000, y bueno, tenemos que venir a vender”, explica Eduardo, un jubilado que llegó a la feria con su pareja hace pocos meses para hacer un dinero extra los domingos.
Aclara que venden bien barato para asegurarse no volver a casa con las manos vacías: “Tenemos a $ 2.000 los zapatos, a $ 2.000 las botas de mujer. Si las vendés a $ 10.000, nadie te compra. Las camperas son de marca, están a $ 15.000, son muy buenas. Lo hacemos para subsistir hasta que mejore la situación, tenemos que comer todos los días. Hoy somos 50% más de nuevos, y muchos están en la misma”.
Además de las plazas relevadas por Clarín en esta nota, se conocen otros puntos de la Ciudad en donde la gente llega con prendas propias y conseguidas, como lo es la Plaza Garay, ubicada en Solís y Av. Juan de Garay.