Un pozo mal clausurado, una trampa que enluta a La Poma
La muerte de Valentín Guzmán, de 12 años, al caer en un pozo ciego en desuso en un parque de la Escuela Nevado de Acay marcará a fuego la memoria colectiva de una generación de pobladores de La Poma. La tragedia de Valentín y de sus dos compañeros se produjo cuando se divertían con un juego de destreza que incluye saltos y lo hacían justamente, sobre un pastizal que encubría ese hueco, que la negligencia convirtió en trampa mortal.
Todos los testimonios, incluidos los de los padres de alumnos, los docentes y las autoridades municipales coinciden en que no existía advertencia alguna sobre el riesgo que representaba ese pozo.
Sería injusto cargar las culpas en las maestras por un episodio que, desde ya, las desgarra personalmente, porque no hay nada más doloroso para un educador que la muerte de un chico en la escuela.
Se trató de un accidente, es cierto, pero no fue una fatalidad. Es necesario establecer cuándo se inhabilitó ese pozo. Evidentemente, esto ocurrió hace mucho tiempo; probablemente, hace seis años cuando ese sistema fue reemplazado por cloacas. Lo cierto es que quien lo haya hecho, se desentendió de las medidas de seguridad para el futuro.
Los pozos ciegos, como todo sistema de eliminación de desechos orgánicos, desde que comienzan a funcionar deben tener una vía de salida para la eliminación de gases, cuya concentración es altamente peligrosa. Y una bóveda, no una placa horizontal, es decir, un elemento que resista cualquier impacto: incluso, debe construirse con criterios antisísmicos. Este pozo mal hecho parece haber resistido bien durante su vida útil. Falló mucho tiempo después de haber caído en desuso.
Existen procedimientos técnicos para anular un pozo ciego, justamente porque, al no estar a la vista, un desmoronamiento como el ocurrido en la escuelita de La Poma puede convertirse en tragedia hasta medio siglo más tarde.
Quienes estuvieron a cargo del reemplazo de pozos por cloacas debieron observar esos procedimientos, aplicados en los protocolos de las provincias andinas. Es decir, no basta con tapar el hueco con chapas u hormigón y, mucho menos permitir que ese piso inseguro se cubra de tierra y pasto, como parece haber sucedido en la escuela de La Poma.
Los ingenieros y técnicos a cargo debieron haber vaciado completamente de líquidos el pozo mediante un camión atmosférico, y clausurar herméticamente todos los accesos de cañerías. Luego rellenarlo, en primer lugar, con 150 kilos de cal, para eliminar cualquier foco infeccioso. Según el protocolo, sobre la cal se arroja barro, arcilla, ripio y escombros o pequeñas piedras, pero se los va asentando con agua para que no queden huecos en el medio. Una vez que se termina el rellenado, se vuelve a compactar con agua, arcilla y ripio todas las veces que sea necesario. Finalmente, debe asegurarse la estabilidad de la cubierta original del pozo y el sistema de ventilación. Nunca puede quedar totalmente sellado y, además, es necesaria una revisación periódica a través de la ventilación para asegurarse que el compactado fue correctamente realizado.
El lugar debe quedar claramente señalizado y en condiciones de ser revisado. Además, debe figurar en el plano de la casa, o, como en este caso, del establecimiento escolar.
La tragedia de Valentín y de todo el pueblo de La Poma nos recuerda que las obras públicas, aunque no se vean, son esenciales.
Este accidente no debió ocurrir, pero es un llamado de alerta para que los organismos competentes revisen a fondo el estado de las estructuras visibles o subterráneas de todas las escuelas de la provincia. Porque son muchas las que fueron construidas sobre antiguos edificios y es probable que existan otras trampas similares ocultas en el subsuelo.