14 de noviembre de 2024

Psicología y economía: el Presidente que pasó la motosierra, bajó la tasa de interés y se quedó 8 años en el gobierno

Bill Clinton fue el último presidente de Estados Unidos (1993-2001) que recibió una economía con déficit fiscal y ‘la estacionó’ con superávit. Ovación. Bajó el rojo a la mitad en su primer mandato y alcanzó el superávit en el segundo (1998). Su secretario del Tesoro, Robert Rubin (equivalente a ministro de Economía en la Argentina), fue calificado por The New York Times como “el secretario del Tesoro más importante desde Alexander Hamilton” nada más y nada menos (Hamilton fue el primer secretario del Tesoro de EE.UU.).

El caso Clinton resulta interesante de recordar en estos días por tres motivos: el martes hay elecciones en EE.UU., el rol de un presidente es determinante a la hora de modificar una trayectoria fiscal heredada y, por último, hay condiciones en las que un ajuste fiscal no resulta recesivo como sostiene el manual keynesiano.

A continuación, un comentario sobre cada uno de estos tres aspectos.

Primero, y de cara al martes, se sabe que la reducción del déficit fiscal en EE.UU. fue un tema ausente en el debate de campaña entre Kamala Harris, demócrata, y Donald Trump, republicano. Para muchos esto es llamativo porque el FMI proyectó para este año un rojo fiscal de 7,6% del PBI, el nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial y la pandemia de Covid-19. La Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU., a través de distintos cálculos, concluyó que el déficit aumentará con cualquiera de los dos candidatos. Tanto Harris como Trump fueron parte de administraciones recientes que contribuyeron a subir el rojo.

Segundo, el rol de Clinton para bajar primero el déficit fiscal, y después llegar al superávit, ha sido reconocido como clave por los economistas de su equipo económico.

“Lo que los presidentes hacen y dicen tiene un impacto sustancial en la economía”, escribió Rubin en sus memorias. “Clinton siempre pidió sostener la solvencia fiscal y que sea consistente en el tiempo”.

“Al principio de la gestión había mucha tensión entre el equipo de economistas técnicos liderado por Rubin y otro que había estado más abocado a la campaña con el lema ‘Primero la gente’”, recuerda Alice Rivlin, economista a cargo de la Oficina de Presupuesto de EE.UU. con Clinton, en el libro When the President Calls. “Fueron semanas interminables al principio repasando línea por línea del gasto público y el Presidente se involucró bastante sosteniendo su adhesión al objetivo de bajar el déficit pese a las preocupaciones que le transmitían sus asesores políticos”.

Los primeros trabajos para forjar la reversión del déficit se hicieron en una serie de reuniones que tuvieron lugar en la Salón Roosevelt de la Casa Blanca.

“Cuando el plan chocó contra tensiones políticas, Clinton persistió en él, aun cuando había veces que perdía la calma por los problemas fiscales heredados”, recordó Rubin. “Pero fueron esas decisiones de no apartarse del sendero lo que provocó un giro dramático en la política fiscal de EE.UU.”.

Finalmente, y en tercer lugar, los fundamentals.

¿Cuál fue la clave del éxito de Clinton si empezó con un ajuste que sus economistas le recomendaban pero no sus asesores políticos por temor al enfriamiento de la economía?

La baja de la tasa de interés.

El economista Alan Blinder, que estaba en el Consejo de Asesores Económicos en aquel entonces, había argumentado que sin la disciplina fiscal, la recuperación de la economía estadounidense habría sido abortada por tasas de interés más elevadas. Un paper de un tiempo después calculó que el superávit que se consiguió se explicó un tercio por las decisiones de política económica y dos tercios por el crecimiento económico de aquel período. “Pero en verdad ambos factores no pueden ser distinguidos uno de otro ya que el crecimiento se considera en algún punto como producto de la decisión de política económica de bajar el déficit”.

El paquete fiscal que Clinton logró aprobar consistió en subir impuestos a los más ricos y bajar gastos. La idea de Rubin era que pese a este esfuerzo, las tasas de interés iban a bajar y eso encendería la chispa de la recuperación contrarrestando el efecto keynesiano de la austeridad fiscal.

Rubin va más allá en sus memorias.

“No hay método científico en todo esto. Recuerdo decir en las reuniones que no hay ciencia en esto de bajar el déficit fiscal y recuperar la credibilidad impactando favorablemente en el crecimiento. En Wall Street aprendí que una diferencia pequeña genera una ganancia extraordinaria a veces por la psicología del mercado. Es mejor para un banco pagarle a alguien US$250.000 de salario que US$240.000 porque el impacto anímico para esa persona de ganar un cuarto de un millón es mayor que los US$10.000 para la empresa y el beneficio generado es mayor. Con lo cual, el impacto de achicar el déficit fiscal puede ser pequeño en términos económicos y la reacción del mercado potencialmente enorme”.

Psicología y economía.

Clarín

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