Es la primera motomédica mujer y salva vidas mientras combina sus dos pasiones: «Somos los primeros en salir y en llegar»
Florencia Fontán (30) sabe con precisión a qué hora comienzan sus días, pero nunca cuando terminan. De lunes a viernes se calza su uniforme rojo y verde, toma su moto de 650 centímetros cúbicos de cilindrada y chequea con detenimiento tener todo lo necesario para poder salvar vidas. Con casco puesto, sale desde la base ubicada en Monasterio 480 y recorre la Ciudad en busca de emergencias que precisen de su urgente atención. Con decisión, sus ojos apuntan al norte: es la primera mujer en integrar el escuadrón de motos del Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME).
En 2021, mientras la pandemia del Coronavirus seguía latente, el SAME presentó una flota de tres motos equipadas para atender urgencias médicas. Las unidades eran tripuladas por médicos especialistas que estaban preparados para hacer un diagnóstico inmediato. En 2024, la institución decidió ampliar el escuadrón.
Graduada de la carrera de Medicina de la Universidad Católica Argentina, Florencia hizo una especialización en el Hospital Argerich y obtuvo una beca doctoral en el CONICET. Además, trabajaba en la parte de investigación del SAME y en telemedicina. Luego de una llamada del Alberto Crescenti, el director, fue convocada a participar del escuadrón de motomédicos y se convirtió en la primera mujer en integrar el equipo.
“Siempre digo que hay que estar en el momento indicado, no creo que yo sea especial por ser la primera, sino que es una casualidad. Pero es un sueño cumplido. Gracias a esto me conecté de nuevo con mi vocación de servicio. La emergencias son algo muy intenso porque en un segundo podés cambiar la vida de alguien. Además, lo hago arriba de una moto, algo hermoso, porque me encantan y además es del SAME. Siempre fue una institución que respeté mucho y de la que quise formar parte desde siempre. Fue todo un combo”, le dice a Clarín.
De lunes a viernes, arriba de la moto, Florencia arranca sus días a las 7.30. “A esa hora doy el presente con la moto equipada y operativa, porque cada uno es responsable de su móvil, de que esté completo el botiquín, que tenga combustible, del estado de las cubiertas, es algo que se tiene que revisar cada mañana”, explica.
Ella aclara que más allá que los vehículos sean más chicos, no por eso tienen menos herramientas. Cada moto tiene tres valijones en los que llevan lo necesario para atender una emergencia, desde gasas, vendas, cuellos ortopédicos, cardiodesfibrilador, medicación, vías para aplicar en el auxilio, glucotest, mantas térmicas y más. Como una ambulancia, pero sin la tabla de traslados sobre dos ruedas.
Los motomédicos patrullan toda la Ciudad, las avenidas y las autopistas, con el objetivo de llegar antes a los accidentes y aprovechando la capacidad de las motos para escabullirse entre los vehículos. Circulan en binomios, porque a veces se necesita más de un médico para atender las situaciones que se les presentan.
¿Qué hace el escuadrón de motos? Según explica Florencia, el equipo está enfocado en responder a los “códigos rojos, que implican un riesgo de vida”, es decir situaciones como choques, un paciente politraumatizado, una dificultad respiratoria severa, un paro cardiorespiratorio, un incendio, un derrumbe. Ocurre que las motos son vehículos que pueden moverse ágilmente por el tránsito y puede llegar antes que una ambulancia.
“Somos los primeros que salimos en los códigos rojos, sobre todo para que se pueda hacer una intervención rápida o se necesite saber qué está pasando en el lugar. La moto, cuando llega, hace triage de la escena, comunica a la central operativa lo que está pasando, cuántas víctimas hay y qué tipo de heridas tienen. Si se requiere de algún traslado desde la central se puede ver la disponibilidad de camas que hay en cada hospital público de la Ciudad y se hace el traslado”, manifiesta.
“Nosotros sabemos cuando entramos, pero no cuando salimos”, dice Florencia sobre sus jornadas como motomédica. “El otro día estaba dejando la moto en la base a las 18. Y veo que sale una ambulancia diciendo que había una persona en paro. Agarré la moto y me fui de vuelta. Llegué a mi casa a las 21. La emergencia no se programa y dependemos de lo que vaya sucediendo. Cuesta acostumbrarse, pero la realidad es que uno tiene que tener vocación y estar disponible para el auxilio”,
Florencia tampoco se olvida de la tragedia más reciente, el derrumbe del PH de la avenida Pedro Goyena. Apenas tenía unos meses de comenzar con su nuevo rol como motomédica. Cerca del mediodía los teléfonos comenzaron a sonar alertando por un derrumbe en Caballito. “Fuimos con las motos, pero trabajamos más para contener junto con el equipo de Factores Humanos. Estábamos con las personas que habían perdido su casa o sus mascotas y los familiares que iban llegando. Fue terrible”, comentó.
Una vocación y la fascinación por las motos
Desafío y adrenalina, esas son las dos palabras que motivaron a Florencia a que la emergentología sea su vocación. “Es saber mantener la cabeza fría ante una situación de estrés y saber controlar las emociones. Cuando me topé con mi primera emergencia me di cuenta de que me gustaba mucho porque no me desbordaba, lo disfrutaba. Pensar que podía estar tomando un café y podía surgir una urgencia y yo tenía que correr para ir, me encantaba”, relata.
La gratificación de salvar una vida y las preguntas por no poder hacerlo: así es la vida del emergentólogo. “Lo que nos impacta es el después de las emergencias, eso es lo que a uno lo moviliza. Es preguntarse qué hice, qué pude hacer y a veces no tener el resultado que uno quiere. También, comunicar cuando una persona fallece es triste, más si son menores”, cuenta.
El casco y las motos no eran ajenas a la vida de la joven. Desde muy chica tuvo una gran fascinación por ese mundo. “Acá fui ingresando muy tímidamente a distintos espacios, donde me convocaban. Cuando veía las motos del SAME me parecían hermosas. Formar parte del escuadrón fue una mezcla de casualidad y suerte. Hace seis años manejo motos. Cuando tuve mi primer sueldo decente me compré la primera. Una Scooter Beta tempo 150, verde agua y muy vintage”.
Con timidez, Florencia participaba de algunos eventos de motoqueros, pero lo que nunca faltaban eran las recorridas con su grupo de amigos. “Con el escuadrón también participamos de eventos y la verdad que es muy linda la camaradería que tienen las motos. Desde los siete años quería ser médica y poder ejercer arriba de una moto, es el mejor de los sueños cumplidos”, dijo.
Florencia disfruta de la adrenalina y el desafío que la emergencia lleva consigo. Cuando la radio suena, enciende su moto y acelera mientras se pierde en el tránsito de la Ciudad.