El triste final del fundador de San Ramón de la Nueva Orán
Lamentablemente, muchos tramos de nuestra historia pasaron al olvido, a veces por descuidos o por simples omisiones, pero muchas otras de puro intento nomás. Es lo que ocurrió con el degradante final del general don Ramón García de León y Pizarro (1745-1815), fundador de San Ramón de la Nueva Orán, militar que desde un principio adhirió a la Revolución de Mayo.
El desagradable episodio que rescató don Bernardo Frías (1866-1930) en Historia del General Martín Güemes, cuenta que allá por 1815: «Era este un anciano militar, personaje de grande y antigua figuración en nuestra provincia, y poseedor de una crecida fortuna en Chuquisaca. De gobernador de Salta, en 1794, había fundado en el valle del Bermejo la ciudad que llamó San Ramón de la Nueva Orán, para que fuera memoria de su fundador como por ser nacido en Orán de Africa. En el ejército español había ascendido hasta el grado de mariscal de campo; en la nobleza a caballero de la Orden Calatrava, y en política a presidente de Charcas».
Fue en ese puesto de Charcas que lo sorprendió el general realista José Manuel de Goyeneche en 1809, cuando estalló la revolución en Chuquisaca, quien con intrigas no solo lo depuso del cargo sino que además lo encarceló.
«A partir de entonces (1809) -prosigue Frías- el anciano general tomó la vida del reposo, y vivía retirado en su morada, figurando en 1810 entre los que proclamaron a Buenos Aires y la revolución de aquel punto (de Mayo); y así, confiado hasta 1815, alejado de todo partido, seguía quieto en su casa cuando invadió el ejército de la patria por tercera vez el Alto Perú».
Era el Ejército del Norte comandado por el general José Rondeau y que más tarde sería derrotado en Sipe Sipe, desastre advertido por Güemes cuando junto a sus gauchos se apartaron de la expedición, no sin denunciar irregularidades y abusos por parte de oficiales de ese ejército patrio.
Muerte de Pizarro
Pero volvamos a la tranquila vida que llevaba en Chuquisaca el fundador de San Ramón de la Nueva Orán. Ya en el Alto Perú, Rondeau designó gobernador de Chuquisaca al oficial Martín Rodríguez, de quien nos dice Frías, «al iniciar su campaña contra la fortuna particular del vecindario, se dio con el general Pizarro que por tenerla cuantiosa fue señalado como presa distinguida. Lo primero que hizo fue intimarlo a que le entregue 4 mil pesos en concepto de multa y contribución. Al no poder satisfacer la demanda tan pronto ni tan completa como se la exigía; por lo que sin miramiento ni consideración alguna a su rango, ni a sus canas, ni a sus antecedentes notorios, se lo arrastró a la cárcel, encerrándolo en estrecho calabozo. Así se obtuvo la suma apetecida; más no terminó con esto su vejación. Guardado en el calabozo, como se hallaba, a manera de pícaro insigne, fue asaltado un día, en el sitio, por el comandante Eustoquio Moldes, el ‘manco’, un malandrín de cuentas, hermano degenerado del coronel de aquel apellido, y que juntamente con Zamudio y otro más de idéntica calaña, formaban un círculo de confianza de (Martín) Rodríguez. Aquel infame se fue sobre el anciano indefenso y encerrado, puso las manos sobre él, lo despojó del reloj de oro que llevaba en el bolsillo, prenda riquísima, y le arrancó el espadín, joya también preciosa; con todo lo cual, contemplándose víctima de este atropello brutal en su persona y de este villano ultraje a su dignidad y a sus canas, Pizarro cayó muerto.
Demás está decir que la fortuna de Pizarro, que era mucha, desapareció como humo, y como para que sirviera de testimonio, ante los pueblos y afrenta, al mismo tiempo, para sus autores, muchas de las valiosas prendas ocuparon un sitio en los equipajes de Moldes, Rodríguez y de otros de las gavillas, que fueron a descubrirse y mostrarse a plena luz por Salta y Jujuy».
Requisas
«Era también creencia en Salta -prosigue Frías- de que así el general como sus principales oficiales venían cargados de las riquezas robadas en el Perú… De manera que cuando acertaba a saberse que algunos de los oficiales abajeños cruzaban la provincia y se decía para ir a disfrutar de sus raterías en Buenos Aires, se los tomaba en el camino por sorpresa y registraba. No sabemos qué prendas y valores se tomarían de ellos; pero quien levantó mayor grita y causó más grande escándalo por allí fue don Martín Rodríguez, así por su rango, por su célebre cargo de gobernador en Chuquisaca como por lo que se le halló en las maletas.
Se supo pues, que este famoso jefe iba en marcha para su país, abandonando filas; y por orden reservada de Rondeau que recibió el marqués de Yavi, a cargo de la vanguardia por aquellas alturas, detuvo al primer cargamento de Rodríguez.
El marqués, mientras cumplía estas órdenes secretas venidas de parte del General (Rondeau), y dando de ello noticia a Güemes, le aconsejó hiciera cosa igual con los demás cargamentos que pasaran por Salta y se detuvieran esas pertenencia; pues se aseguraba que eran prendas vivas de la fortuna valiosa del general Pizarro».
Y así fue que en virtud de estas advertencias del marqués de Yavi, ordenó Güemes se tomaran las más severas medidas para inspeccionar los equipajes que cruzaban por Cobos, en marcha a Buenos Aires, y procedentes del ejército del Alto Perú.
«Cuando se supo en el gobierno de Salta –Frías- que debía cruzar otra remeza del equipaje de (Martín) Rodríguez, mandó Güemes a prenderlo y registrarlo, porque eran muchas las denuncias que tenían recibidas de aquel sujeto, y dadas por testigos oculares y de la mejor calidad; y porque, a más de estas inculpaciones, se aseguraba también que era portador de correspondencia política de Rondeau para el gobierno de Buenos Aires (Memorias de Paz). Dio la comisión de Panana, que era el más fiel de su servicio, el cual marchó con su gente, se emboscó en Cabeza del Buey, camino a Tucumán, y al pasar por el sitio Rodríguez y la comitiva, cayó de improviso sobre ellos, hiriendo y matando a los que oponían resistencia. Escapó Rodríguez milagrosamente por entre el monte; pero cayó su equipaje, que era la presa buscada, el que fue entregado al gobierno. Hallose en él, entre otras cosas, varios tejos de oro, un juego incompleto de cucharillas de oro, un bastón de carey con empuñadura de oro, y cuatro cajas para polvillo, de oro también, todas estas alhajas con la marca de Pizarro; ajuar que no se encontró propio de un militar en guerra y cuando hacía un año que no se ajustaba sus haberes.
Huyendo, Rodríguez pudo llegar a Buenos Aires y se presentó ante el gobierno de allí «quejándose del despojo y atropello que decía había sufrido, alegando que aquellas alhajas y demás riquezas las había comprado con su dinero a las cajas fiscales de Chuquisaca, de donde había sido gobernador, disculpas que ni entonces ni en nuestros días (Siglo XX) limpiaría las manos de nadie de tal mancha».
Interrogado Güemes en la querella que inició Rodríguez en Buenos Aires, respondió ordenando un sumario para justificar su conducta en el suceso y para informar al Congreso sobre lo de Rodríguez; y en el cual expusieron testigos emigrados de su país, que a la sazón vinieron a Salta.
Finalmente, Güemes mandó a vender en una subasta pública los objetos secuestrados del equipaje de Rodríguez, acudiendo el púbico a contemplar las pruebas de los latrocinios que se contaban de Chuquisaca.
Años después, y pese a todos estos antecedentes, la Junta de Representantes de la provincia de Buenos Aires, designó a Martín Rodríguez gobernador el 26 de septiembre de 1820, con el apoyo de estancieros y vastos sectores de la sociedad porteña.
Estos procederes tuvieron mucho que ver con la posterior voluntad del Alto Perú de segregarse de la Provincias Unidas.