El terrible temporal de nieve que tapó 80 km. de vías del ramal C-14
El 11 de junio de 1974, desde Socompa, departamento de Los Andes llegó un pedido de auxilio que El Tribuno publicó en su edición del día siguiente. «La población -decía- se encuentra bloqueada por la nieve desde hace varios días». La petición realizada a través del Ferrocarril Belgrano, solicitaba ayuda para salvar la vida de un compañero gravemente enfermo. Se trataba de Pedro Mendía. La comunicación dirigida al gobierno de Salta solicitaba en forma urgente el envío de un helicóptero para evacuar al enfermo y llevarlo a un centro asistencial.
Por esa comunicación también se supo que varios pobladores de Socompa se encontraban afectados por un brote gripal favorecido por las bajas temperaturas. Por ello, el gobierno provincial ya había enviado un avión sanitario que al no poder aterrizar, desde el aire dejó caer medicamentos, especialmente antibióticos, con el fin de tratar de conjurar el brote.
En cuanto al enfermo, resultaba imposible evacuarlo con un helicóptero a causa del temporal que ya llevaba más de dos semanas, con nevadas intensas y un viento con rachas de más de 100 km/h, mientras la temperatura oscilaba entre 20° y 25° bajo cero. Todas estas condiciones habían hecho que la reducida población de Socompa quedara aislada del resto del país, ya que todas las vías terrestres estaban cortadas. El viento blanco había tapado casi 80 km de vías del ramal C-14, entre Caipe y Socompa, tramo donde gran parte de los rieles van en trinchera y la nieve acumulada superaba los 4 metros de altura. Por otra parte, también se había bloqueado la RN51, de San Antonio de los Cobres a Chile. Los únicos medios que mantenían en contacto a Socompa con el resto del mundo eran el telégrafo del Ferrocarril Belgrano y la radio de Gendarmería Nacional.
La patrulla
Ante el grave riesgo que corría la vida del ferroviario Pedro Mendía, Gendarmería Nacional dispuso enviar en su auxilio una patrulla desde San Antonio de los Cobres a cargo del primer alférez Juan Carlos Baquer e integrada por el médico Dr. Juan Carlos Landi, gendarmes y baqueanos. El grupo llegó a Caipe el martes 11 de junio y ese mismo día partió a Socompa donde arribó al día siguiente, luego de hacer a lomo de mula casi 80 km por un terreno cubierto de hielo y nieve. La patrulla alcanzó Socompa a las 19.30 del 12 de junio y de inmediato se dirigió al lecho donde permanecía grave el ferroviario Pedro Mendía, a causa de una bronconeumonía. Pero lamentablemente, pese a los esfuerzos del Dr. Landi, el hombre dejo de existir a las 22.30.
Finalmente, el médico se quedó en Socompa prestando asistencia a los pobladores afectados por el brote gripal.
Vía y Obra en acción
Al día siguiente de la muerte del exguarda de trenes de cargas, el temporal amainó lo que mejoró la situación del personal de Vía y Obras que trabajaban en la zona de Chuculaqui para despejar las vías. Lo hacían con la ayuda de una locomotora a vapor 1.300 (foto de Ricardo Alfieri-Premio Nikon) provista de un «arado». Lo hacían a 4.500 m.s.m. y donde los rieles estaban cubiertos por una capa de hielo y nieve de 4 metros de altura. El informe meteorológico decía que en Caipe hacía 20° bajo cero, -22° en Quebrada del Agua, -18° en La Casualidad y -15° en San Antonio.
Noticia nacional
El bloqueo del paso cordillerano por Socompa atrajo la atención de la prensa nacional ya que por allí y por entonces, se hacía todo el tráfico comercial con el norte de Chile. Y además, una vez por semana un tren de pasajeros que partía de Retiro, aquí en Salta empalmaba con el internacional a Antofagasta. Así fue que la revista GENTE envió a nuestra provincia dos periodistas para cubrir lo que ocurría en la cordillera. Se trataba de Néstor Barreiro y el fotógrafo Ricardo Alfieri quienes al arribar a nuestra ciudad se dieron con la noticia que en Socompa las cosas habían empeorado por la muerte de un trabajador ferroviario.
«No se podía evacuar al enfermo con un helicóptero a causa del temporal que ya llevaba más de dos semanas».
En Salta, el comandante mayor de gendarmería, San Julián, recibió a los periodistas y les explicó que les sería muy difícil arribar a Socompa pero que lo mismo les ayudaría. Así fue que a la noche siguiente ya estaban en San Antonio de los Cobres –a 160 km de Salta, 3.800 m.s.m. y a 15° bajo cero-. Los acompañaba el comandante Julio Berthelott con quien prepararon el viaje a Socompa que comenzaría en horas.
A la una del tercer día de viaje, ya estaban viajando en la caja de un Unimog, camión especialmente diseñado para montaña y que los llevaría hasta la estación Vega de Arizaro, punto que alcanzaron a las 20 y después de 17 horas de viaje. Esa noche cenaron y durmieron en la estación y al otro día partieron hacia Quebrada del Agua a las 9 de la mañana, a cusa del frío. A las 9.05 montaron sus mulas y se pusieron en marcha. Por delante se les extendía una planicie llamada «La Pampa», «una pampa –escribe Barreiro en GENTE- muy particular: árida, pedregosa arriba, salitrosa y con traicionera capa de arena debajo, por unos ratones sin cola muy parecidos a los cuices. Los cerros que teníamos que cruzar los teníamos ahí nomás, pero tardamos dos horas en llegar hasta su pie, la Quebrada de la Vizcacha. Y ahí, comenzamos a subir al Cerro Blanco o ‘El Alto’, cerro que es apenas el comienzo del camino a Socompa».
Cerro Blanco
A cinco días de haber partido de Buenos Aires, los periodistas de GENTE alcanzaron el Cerro Blanco. «Allí donde estábamos en ese momento –escriben-, recién empezaba el camino. Llevábamos una mula de tiro, algunas provisiones, una botella de ginebra y la esperanza de llegar a Quebrada del Agua antes de que se hiciera de noche. Desde La Pampa hasta El Alto (cima) hay 2.000 metros de diferencia. El pecho está vacío. Se busca el aire y solo hay viento. Sus 120 o 200 km/h, levanta la nieve y la pone a toda velocidad delante de los ojos de la mula. Ella agacha la cabeza. El frío comienza por las manos, la rienda es una tortura. Sigue por los pies; duelen. No se sienten más. Es imposible calcular el tiempo. Un paso, dos, tres, cinco… Nunca terminará. Los pies y las manos ya no duelen. No se sienten más. Y es un alivio. Imposible calcular la temperatura, aunque se sabe que son 20, 25, 30 grados bajo cero… El único ruido es el viento. Es un silbido. Grave, agudo; agudo, grave; grave largo, agudo corto, grave corto… Morse ¿Y si fuera su idioma? ¿Y si estuviera tratando de que entendiéramos algo? ¿Y si ese algo fuera que nos volviéramos? Ahí conocimos un montón de cosas que creíamos conocidas… Y es que en el Cerro Blanco vive el miedo, la angustia, la soledad. El frío y el viento, no. Solo van a entretenerse».
«Los únicos medios que mantenían en contacto a Socompa eran el telégrafo del Ferrocarril Belgrano y la radio de Gendarmería».
La bajada
Pero ya en la cima, comienza la bajada del Cerro Blanco. Pasaron por Agua de las Vírgenes, el arenal de la Quebrada del Agua y ahí entonces escriben: «Hace 7 horas que estamos sobre la mula. Antes de enfrentar el arenal que desciende bruscamente hasta los 3.800 metros, desmontamos. Un largo trago de ginebra, el primer cigarrillo, encendido detrás de una muralla de piedra, el ajuste de las cinchas y seguir camino. Primero hacia la izquierda, después a la derecha. Uno descubre que la prudencia la inventaron las mulas. Da vértigo pero ellas ponen las patas con seguridad en las rocas, en la arena y hasta donde no hay nada… Y así, al dar la vuelta la pared del cerro aparece la estación Quebrada del Agua. Está lejos… Un poco más y llegamos. Otro poco más y empieza a verse la casa de don Celestino Alegre Quiroga, el único poblador, el primer hombre que nació en Socompa».
Una misión yendo rumbo al Cerro Nevado. (R. Alfieri)
Caserío de los Quiroga
Finalmente hombres y mulas, y después de 9 horas de cabalgar, llegaron a la casa de Celestino Alegre Quiroga, hijo de Eusebio Alegre Quiroga. Anochecía, eran las seis de la tarde y estaban a dos horas de Socompa si seguían a lomo de mula, o a 15 minutos si aceptaban ir con Celestino en su camión Ford 48 después de cenar. Como es de imaginar, aceptaron nomás la oferta del dueño de casa, quizá no tanto por el cansancio de tanto trajinar sino porque desde el horno de la casa emanaba un irresistible tufillo de cordero andino que se asaba bajo el celoso cuidado de Magdalena, la esposa chilena de Celestino. Y la cordial estadía trajo la conversa, charla que sirvió para que los periodistas se enteraran y luego contaran la historia familiar de los Alegre Quiroga, iniciada en 1918, cuando Eusebio, el padre, arribó a Socompa con unos ingenieros que hacían estudios para el ferrocarril. Al parecer el lugar lo cautivó, y así fue que luego de varias idas y vuelta por Chile y Catamarca de donde era oriundo, regresó a la zona de Socompa. «Vino –dijo su hijo- con dos mulas y la cama e hizo el rancho». A poco se hizo cazador de chinchillas cuando uno de esos cueritos costaba 1.000 pesos, un burro 4 y una mula 8. Más tarde, se le dio por el ganado menor hasta tener 6.000 ovejas, 600 cabras y una majada de llamas que atendía con ocho peones. En 1928 levantó su casa y en 1931 compró el primer camión de los cuatro que llegó a tener sin nunca manejar. Le sirvieron para comercializar ganado en Chile donde sus compradores y amigos le llamaban el «Che» Quiroga.
El azufre
Luego de la cena, Celestino cumplió su promesa de acercar a periodistas y gendarmes a Socompa. En esos 15 minutos de viaje Barreiro hizo las últimas preguntas: «¿Qué hace usted ahora, don Celestino? La repuesta fue: «Estaba trabajando en minería… Y ando con perspectivas de comenzar con el azufre. Mi padre descubrió la mina más grande de Sudamérica». El periodista quizá sorprendido preguntó ¿La Casualidad? «Si –respondió Celestino- y él le puso el nombre. Buscaba agua dulce para los animales y la encontró en ese lugar. Y vio el azufre. No lo denunció a tiempo y perdió. Hoy una calle lleva su nombre. Ahora la mina es de Fabricaciones Militares (1974). Y yo sigo con mis chinchillas…».
Socompa
Eran las 10 de la noche cuando por fin llegaron a destino en el Ford de Quiroga, y cuyo último tramo lo hizo sobre las vías. En el poblado fronterizo los esperaban el primer alférez Juan Carlos Baquer a cargo de la sección y un grupo de suboficiales y gendarmes, en total ocho personas. La expedición periodística había cumplido su primera etapa, el frío era intenso y faltaba escasos días para el arribo del invierno de 1974.