Primeros 100 años de vida de Tartagal y una oportunidad histórica
Cien años de una edad cronológica marcan una etapa de proyección en la historia de las instituciones. El devenir de los siglos vendría a ser ese momento bisagra, temporal y cíclico donde se comprueba en forma inapelable que «los hombres pasan y las obras quedan».
De esta forma, un siglo en una institución siempre puede servir para que las generaciones pasadas sean juzgadas por la historia en base al peso de sus acciones, pero también para que los jóvenes puedan aspirar a la trascendencia de su esfuerzo personal, en procura de lograr el bien comunitario, más allá de cualquier circunstancia del momento.
Y Tartagal, ahora ciudad centenaria, es un caso de análisis y un ejemplo de este razonamiento.
En un marco de algarabía multitudinaria y entusiasmo popular, la ciudad cabecera del departamento San Martín sopló 100 velas en el primer segundo del jueves 13 de junio, en un contexto muy particular y con paradigmas sobre el momento que se vive en el país y la provincia.
Franco Hernández Berni, el joven intendente tartagalense fue claro en su discurso oficial, frente a autoridades provinciales y jefes comunales de otros municipios: «Este centenario es la oportunidad para construir una Tartagal más grande cada día» dijo, sin olvidar que la crisis actual no puede ser una excusa para bajar los brazos.
Un clima de distensión en la multitudinaria fiesta.
«Vamos a avanzar pese a la crisis. Nuestro objetivo es la conectividad entre municipios, para fortalecer el norte de la provincia. Queremos seguridad y vamos a trabajar en ese sentido para darle a los pobladores las garantías para desarrollarse social y económicamente» expresó en una parte de sus intervenciones.
Pero el impacto de ese mensaje ya había llegado positivamente horas antes al Predio del Centenario donde se desarrolló una fiesta popular que convocó, según estimaciones, a unas 45 mil personas que disfrutaron de un espectáculo musical, mientras que otros 1000 feriantes desplegaron alguna actividad comercial que les permitió una entrada económica. Como en todo acto popular, el clima fue festivo, pero conviene analizar algunos aspectos colaterales.
La fiesta se desarrolló sin incidentes en el predio, ubicado en Villa Güemes, un sector de la ciudad socialmente vulnerable y que es escenario frecuente de casos delictivos. Si bien es cierto hubo una fuerte presencia policial, el impresionante volumen de personas que llegó al lugar, se comportó de una forma correcta.
Con el lacerante estigma de la conflictividad en el departamento San Martín, hay que decir también que no hubo clima de hostilidad hacia las autoridades provinciales, blanco preferido de piqueteros y reclamos originarios, que en esta oportunidad también estuvieron ausentes, al igual que los cortes de ruta.
Por lo demás, el primer siglo de la ciudad marcó otra paradoja sorprendente: mientras aquí se festejaba con fuegos artificiales, en Buenos Aires, frente al Congreso Nacional, todavía ardían los autos incendiados por la barbarie y el fanatismo.
Tal vez esta reversión de las circunstancias, en los primeros 100 años de Tartagal, sea el giro y la oportunidad que tenemos en Salta y en el país para comenzar a cambiar la historia.