25 de noviembre de 2024

El verdulero que se hizo artista y expone esculturas de metal y cuadros entre cajones de lechuga y tomates

En el corazón de la Ciudad, en Nazca 2121, existe un lugar donde el arte y el oficio se entremezclan. La fachada podría engañar a cualquier observador desprevenido: parece una verdulería común, con frutas y verduras apiladas y frescas. Pero es solo la primera impresión, ya que luego se despliega un universo completamente distinto, en el que aparecen inmensos colosos de hierro.

Dario Lepera, el hombre detrás del mostrador, tiene 51 años y una historia que, como sus obras de metal, está forjada en la constancia y el sacrificio. Es la tercera generación de verduleros y lleva más de tres décadas en el negocio, pero en los últimos años, la verdulería se ha convertido en algo mucho más que eso.

Al pasar la puerta del fondo, cualquier curioso se encuentra con un taller artesanal donde la chispa del soldador ilumina esculturas imponentes, hechas de piezas y restos de autos recolectadas de la calle o regaladas por amigos y talleres cercanos. Más allá, aún en el tercer ambiente de este «templo», se descubre una habitación colmada de cuadros y esculturas, cada uno como una pequeña ventana al alma de Darío.

«Acá es mi centro de elaboración», dice con una sonrisa, mientras señala una de sus esculturas más queridas y la primera que se animó a hacer: un camión con un tanque atmosférico, hecho con un matafuegos y caños que encontró por el camino.

«Empecé hace dos años viendo a un amigo que hacía arte en metal, y ahí supe que también podía hacerlo. Me compré una soldadora, aunque al principio no entendía nada y veía como salía chispa por todos lados», recuerda. Pero para Darío, la vida ha sido prueba y error desde siempre, y el taller pronto se convirtió en un refugio donde volcar su creatividad. Con una soldadora y una mesa que antes eran tres cajones de frutas apilados, comenzó a trabajar cada noche.

La escultura de "Terminator" hecha con restos de metal. Foto: Francisco LoureiroLa escultura de «Terminator» hecha con restos de metal. Foto: Francisco Loureiro
El acordeón fue la segunda pieza que hizo. Foto: Francisco LoureiroEl acordeón fue la segunda pieza que hizo. Foto: Francisco Loureiro

A las ocho, cuando cierra la verdulería, Darío empieza una segunda jornada de trabajo que puede durar hasta la madrugada. Cada una de sus piezas tiene un proceso laborioso, donde limpia, pule y suelda metales hasta lograr obras que parecen cobrar vida. Nunca necesita de bocetos; «yo dibujo en el aire», asegura. Hay noches en las que la inspiración lo lleva hasta las cinco de la mañana, y sin siquiera dormir, se va directo al Mercado Central.

El lugar donde Darío deja todos sus cuadros y esculturas después de terminarlas. Foto: Francisco Loureiro El lugar donde Darío deja todos sus cuadros y esculturas después de terminarlas. Foto: Francisco Loureiro

Con el dibujo en la mente y las herramientas en las manos, cada escultura toma forma casi de manera intuitiva. Entre sus obras hay réplicas de camiones, locomotoras, y hasta una máquina de escribir que se mueve; hace piezas en las que el metal no es estático, sino que tiene los mismos movimientos que tendría la figura real.

Darío no solo es escultor. También pintor autodidacta. De muy chico comenzó a dibujar en los pizarrones de la verdulería de su padre. “Me gustaba mucho porque era el único lugar donde te podías equivocar y volver a empezar”, dice. Darío hace hincapié en que dejó el colegio desde pequeño y se dedicó a ayudar a sus papás en la verdulería. Y por un momento, ese pensamiento lo toma por completo, aunque también es su motor para esforzarse aún más en sus esculturas.

La estatua que representa la leyenda del pelícano que se perforaba el pecho con su pico para alimentar a sus crías con su sangre. Foto: Francisco Loureiro.La estatua que representa la leyenda del pelícano que se perforaba el pecho con su pico para alimentar a sus crías con su sangre. Foto: Francisco Loureiro.

“Cuando tenía 13 años me llamaba mucho la atención una academia que enseñaba dibujo publicitario. Me encantaba ver cuando los chicos salían con sus dibujos y sus carpetas. Hasta que un día salí de la verdulería y fui a preguntar solo como me podía anotar. Y la señora de la recepción después de muchas preguntas me empezó a retar porque yo no estaba estudiando. Tenía razón, pero su actitud me puso muy nervioso”, cuenta.

El lugar donde Darío diseña sus esculturas. Foto: Francisco Loureiro.El lugar donde Darío diseña sus esculturas. Foto: Francisco Loureiro.

“Me rechazaron por no estudiar. Me bloqueé y dejé de pintar», cuenta con una mirada de tristeza. Sin embargo, hace unos años, cuando uno de sus hijos enfermó gravemente, volvió al arte como una forma de catarsis. Aunque al principio sus cuadros eran oscuros y tristes, acumuló más de 150 sin siquiera mostrarlos. «Lo hacía como una descarga; el arte siempre fue mi refugio».

Fue la insistencia de amigos y familiares la que lo llevó finalmente a exponer algunas piezas. Al mostrar sus esculturas al público, Darío descubrió que su trabajo tenía un valor. Ingresó a un grupo de artistas de metal y hoy sus obras participan en diversas exposiciones. De hecho, el 30 de noviembre (hasta el 1° de diciembre) expondrá con Quinto Elemento en una casa de arte llamada 8 IMPAR, ubicada en Lobos, en el marco del cierre del calendario de Polo. “Tengo más de 15 diplomas”, dice, casi con incredulidad, consciente de que su talento ha superado las barreras de la formación académica.

Cada rincón de la verdulería está impregnado de su creatividad, no es igual a cualquier otra. Plantas, estanques y esculturas emergen entre las frutas y verduras, creando una atmósfera única y dando un aire selvático al lugar. Cuando algunos clientes piden pasar al baño, se encuentran con este universo escondido y quedan fascinados, olvidándose incluso de su propósito original. «La verdulería es un mundo», dice con orgullo, «y cada paso es como un ‘wow’», agrega

Darío retrató a su hija más chica en tiza. Tomó referencia de una fotografía de cuando tenía 8 años. Foto: Francisco Loureiro Darío retrató a su hija más chica en tiza. Tomó referencia de una fotografía de cuando tenía 8 años. Foto: Francisco Loureiro

Para Darío, el arte es algo que llega sin expectativas, como un viaje en el que lo importante no es el destino, sino el camino mismo. Vive el día a día sin planes ni expectativas rígidas. «A los 50 años había cumplido todas mis metas: casa, auto, familia», dice. Ahora, su única expectativa es que la vida lo sorprenda y que «el universo se encargue de lo demás». Le gustaría, claro, dedicarse completamente al arte y agrandar su taller . Pero sabe que el verdadero valor de su trabajo no está en lo que se pueda vender, sino en el disfrute que encuentra al hacerlo.

Entre las frutas y verduras, Darío sigue creando y explorando. Su taller es su refugio, y el arte, su salvación. Desde ese pequeño universo en Nazca 2121, muestra que la pasión y el esfuerzo, cuando se mezclan, pueden transformar una vida normal en una obra extraordinaria.

El "templo" de Darío Loureiro, que tiene una galería de arte en su verdulería. Foto: Francisco Loureiro El «templo» de Darío Loureiro, que tiene una galería de arte en su verdulería. Foto: Francisco Loureiro

Clarín

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