El día que regresaron al país los restos de Eva Duarte de Perón
En un día como hoy, pero de hace cincuenta años, regresaron al país los restos de la señora Eva Duarte de Perón. Hacía 19 años que habían sido robados del lugar donde descansaban, por orden de los cabecillas de la autodenominada «Revolución Libertadora».
El anuncio de tan significativo acontecimiento lo hizo por cadena nacional la presidenta de la Nación, señora María Estela Martínez de Perón, la noche del 16 de noviembre de 1974. En ese mensaje, agregó que el avión que cumplía tan delicada misión ya se encontraba volando desde España y que, según lo previsto, arribaría a las 10 de la mañana del día siguiente. Es decir, que los restos de Eva Perón estarían en la Argentina al cumplirse el segundo aniversario del retorno del General Perón al país.
Difundida la noticia, muchos creyeron que la nave arribaría a Ezeiza, pero por seguridad, la máquina aterrizó en el aeropuerto de Morón, tal como había ocurrido con el regreso definitivo de Perón en 1973.
Y así fue que el arribo se cumplió en el horario previsto. De inmediato, en una aeronave de menor porte, el féretro fue trasladado al Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, donde se hizo la recepción oficial.
La recepción
Cuando la máquina de la Fuerza Aérea llegó con el ataúd al Aeroparque, ya se encontraban en el edificio la presidenta Isabel Perón, las hermanas de Evita, miembros del gabinete nacional y un sacerdote. Al féretro lo cubría una Bandera Argentina y, cuando éste fue extraído de la nave, Herminia y Blanca Duarte se apartaron momentáneamente de la presidenta de la Nación y, muy emocionadas, dejaron sobre el ataúd de su hermana un ramo de flores. Luego, el capellán del Regimiento de Granaderos a Caballo, monseñor Héctor Ponzo, rezó un responso. Concluida la breve ceremonia, el féretro fue trasladado a pulso y colocado en un coche fúnebre descubierto.
A la puerta de la zona militar de la estación aérea se había congregado desde el amanecer una multitud que quería presenciar el regreso de Eva Perón. En ese mar de gente estaban altos funcionarios nacionales, legisladores nacionales y provinciales, dirigentes sindicales, empresarios y del Partido Justicialista. Todos expectantes por ver la salida del cortejo rumbo a Olivos. Y quiso el destino que el suscrito también participase de tan importante acontecimiento en la historia política del país. Al igual que el resto de la multitud, estaba muy emocionado pues aún recordaba cuando, a las 10 de la noche del 26 de julio de 1952, las campanas de la iglesia del pueblo doblaron a duelo por su reciente fallecimiento.
Finalmente, luego de una demora que pareció una eternidad, asomó por uno de los portones del Aeroparque el coche fúnebre que portaba el ataúd de Evita. Se deslizó muy lentamente hasta que dobló sobre la avenida Costanera para tomar rumbo norte. Fue en ese instante que pudimos apreciar nítidamente, a tres o cuatro metros de distancia, el lateral derecho del féretro de roble. Sobre la tapa, dos o tres sencillos ramos de flores blancas matizados con gajitos verdes de helecho «pluma», como le llamamos los salteños. Ante la proximidad del vehículo, la muchedumbre reaccionó abalanzándose sobre él pese a la fuerte presencia policial. Todos querían, brazos en alto, acercarse para dejar una flor o tocar el cofre y luego hacer la señal de la cruz. Pero a poco, el coche tomó velocidad, y fue en esas circunstancias que pude ver a mujeres y hombres de mediana edad llorar desconsoladamente, como si la muerte de la difunta hubiese ocurrido momentos antes.
Pronto, el automóvil con su valiosa caja de roble se escurrió entre cientos de brazos erizados como lanzas, pero sin poder eludir la intensa lluvia de flores que caían de todos lados.
Las aceras de la avenida estaban atestadas de gente que no dejaba de agitar sus brazos al paso del cortejo, meneando pañuelos y sombreros. Los más jóvenes hacían lo mismo, pero desde lo alto de los árboles donde temprano se habían encaramado.
Pero la multitud, además de llorar, lagrimear, saludar y arrojar flores, también entonaba cánticos y consignas: «Argentina, Argentina»; «Perón y Evita viven»; «Se siente, se siente, Evita está presente»; o también «Evita, Evita, el pueblo te acompaña, compañera Isabelita».
Como permanecí en el lugar varios minutos, eso me permitió escuchar por las radios de las motos policiales que el ataúd del general Aramburu había aparecido en una camioneta estacionada en una zona de Palermo Chico. Cabe recordar que días antes (octubre), Montoneros lo había robado desde el panteón familiar y había dicho que lo devolvería cuando el cuerpo de Evita llegase al país. Lo que había ocurrido es que, por una delación, el grupo se había enterado de que el operativo se cumpliría en el segundo aniversario del histórico regreso de Perón a la Argentina.
Crónicas
Las notas periodísticas sobre esta histórica jornada cuentan que la mayor concentración para presenciar el paso del cortejo fúnebre en Buenos Aires fue en el cruce de las avenidas Libertador y General Paz. «Los puentes –dijo Noticias Argentinas– de acceso a la autopista se convirtieron desde las primeras horas de la mañana en verdaderas mareas humanas. Aguardaban ansiosas para ver con sus propios ojos cómo se hacía realidad uno de los más caros anhelos del pueblo argentino en las dos últimas décadas: el regreso del cuerpo de Eva Perón». Pese a que el cruce de esas dos avenidas reunió la mayor concentración, otra multitud de miles de personas se apostó sobre las aceras de las calles para ver el paso del coche fúnebre. También desde los edificios, la gente saludaba brazo en alto y agitaba banderas argentinas, italianas, españolas y de otras naciones, además de arrojar flores sobre el ataúd. Y fue tal la cantidad que se arrojó que un cronista de la agencia UPI escribió que las calles, tras el paso del coche fúnebre, «quedaron convertidas en verdaderos colchones floridos».
Si bien el retorno de los restos de Eva Perón motivó la exteriorización de una alegría popular pocas veces vista hasta entonces, el paso del cortejo desencadenó en muchísimas personas llantos incontenibles y desmayos.
Recogimiento Nacional
A minutos que la presidente Martínez de Perón anunciara el inmediato retorno de los restos de Eva Perón, la Confederación General del Trabajo (CGT), declaró al 17 de noviembre «Día del Recogimiento Nacional». Por ello, en esa jornada hubo cese de actividades desde la cero hasta las 24 horas en todo el país. Pero la central sindical aclaró que se «mantendrían los servicios públicos esenciales con las guardias necesarias y que los trabajadores del transporte manifestarían su adhesión, paralizando las actividades solo por 15 minutos, desde las 11 hasta las 11.15. El cese de trabajo incluye –añadió- a los trabajadores del espectáculo público, actividades deportivas, cines, teatros y afines en general.
En Salta
Aquí, la disposición de la CGT se acató en su totalidad. Los colectivos de las líneas urbanas pararon solo 15 minutos y se mantuvieron los servicios públicos esenciales. Lo mismo ocurrió en las líneas de colectivos interurbanas e interprovinciales.
Los templos de la ciudad y de los pueblos del interior se colmaron de gente que oraba para rogar por el eterno descanso del alma de Eva Perón y por ella se encargó por varios días misas y funerales.