El asesinato de un general ruso demuestra que los espías ucranianos siguen siendo letales
El servicio de seguridad interior de Ucrania, conocido como SBU, no perdió el tiempo. El 16 de diciembre, el SBU acusó al general Igor Kirilov, el hombre a cargo de las fuerzas de protección nuclear, biológica y química de Rusia, del “uso masivo” de armas químicas prohibidas en Ucrania. Un día después, Kirillov murió, víctima de una explosión a primera hora de la mañana cerca de un edificio residencial en Moscú.
Las imágenes compartidas en línea mostraban dos cuerpos, presumiblemente los del general y su ayudante, que también murieron en el ataque, tirados en el pavimento junto a un scooter eléctrico quemado.
Una fuente del SBU afirmó que la agencia era responsable del ataque, en el que los explosivos fijados al scooter fueron detonados a distancia cuando Kirillov y su conductor se acercaron a su automóvil. El general “era un criminal de guerra y un objetivo perfectamente legítimo”, dijo la fuente. “Un final tan vergonzoso les espera a todos los que matan a ucranianos”. La explosión fue pequeña, como suele ser habitual: un artefacto explosivo improvisado que contenía el equivalente a unos 300 gramos de TNT.
Las autoridades ucranianas afirman que responsabilizan a Kirillov de 4.800 incidentes relacionados con el uso de municiones químicas contra las fuerzas del país desde el comienzo de la guerra. Más de 2.000 soldados han sido hospitalizados como resultado de esos ataques, afirman, y tres han muerto.